Tres obras maestras de la historia del arte, tres imágenes que retratan tres momentos diferentes de la ejecución de una misma hazaña, tres cuerpos diferentes, tres actitudes diferentes, tres expresiones diferentes, tres Davides diferentes: el de la mirada perdida y reposada tras la victoria sobre el gigante, de Donatello; el de la mirada concentrada en medir al adversario y calcular el ataque, de Miguel Ángel; el de la mirada del cálculo ya hecho y del inicio de la acción, de Bernini.
Todos ellos son David. Cada uno de ellos es David, el segundo y el más prominente de los reyes de Israel, el “elegido de Dios”, que es lo que significa su nombre, cuya historia se narra en diversos libros del Antiguo Testamento de la Biblia cristiana. Pero antes de ser rey y antes aún de llevar a cabo la hazaña de derrotar al gigante Goliat, David fue un pastor de ovejas con una destacada habilidad como arpista. El comienzo de su historia, dejando a un lado los designios divinos, tiene que ver con los beneficiosos efectos de la música sobre los trastornos del ánimo…
Siglo XI a.C., en algún lugar del antiguo Israel, en algún momento situado en torno al año 1020 a.C. Entre combate y combate contra los filisteos, Saúl, el primer rey de Israel, padecía fuertes accesos de melancolía, de tristeza perniciosa, de depresión, que decimos hoy, o de spleen, que decían los literatos en el XIX. Para aliviar sus padecimientos, los que fueren, sus servidores le propusieron recurrir al remedio de la música:
“Te ves turbado por un mal espíritu de Dios; permite, señor, que tus siervos te digan que se busque a un diestro tañedor de arpa que, cuando se apodere de ti el mal espíritu de Dios, la toque y halles alivio” .
(1 Samuel 16: 15-16)
Saúl consintió y así fue cómo David llegó a su casa y se le hizo imprescindible porque, según se lee en el primer libro de Samuel,
“Cuando el espíritu de Dios se apoderaba de Saúl, David tomaba el arpa, la tañía con su mano, y Saúl sentía alivio y bienestar, pues se retiraba de él el espíritu malo”.
(1 Samuel 16: 23)
Además de arpista ocasional, David era pastor y, cuando el rey marchaba con sus tropas a guerrear contra los filisteos, él iba y volvía de Belén para cuidar las ovejas de su padre. Cuando este le encargó que acudiera al campamento en el que se encontraban sus tres hijos mayores, que combatían con Saúl, para llevarles alimentos y saber de ellos, David tuvo ocasión de presenciar el intimidatorio espectáculo que protagonizaba cada día, desde hacía cuarenta, un gigantesco filisteo, de nombre Goliat, quien salía de las filas de su ejército y se ofrecía para sostener un combate singular, un duelo individual, cuyo resultado decidiría la suerte de israelitas y filisteos.
A pesar del ahorro de vidas que supondría aceptarla, lo cierto es que la oferta no resultó nada tentadora para los israelitas, porque la corpulencia y el aspecto feroz del contrincante hacían retroceder, de manera indefectible, cualquier avance del ánimo del más atrevido de los miembros de un ejército mal armado y carente de disciplina militar.
Lo que resulta comprensible teniendo en cuenta que, según unas versiones de la Biblia, Goliat medía unos cuatro codos, aproximadamente un metro ochenta de estatura frente al escaso metro sesenta y los aproximadamente cincuenta kilos de peso que cabe calcular para los judíos de la época, tomando como base los resultados de estudios realizados sobre esqueletos de individuos judíos del siglo I de nuestra era; pero, según otras, la estatura del filisteo era de seis codos y un palmo, unos exagerados tres metros de altura que tienen mucho que ver con la tendencia de los copistas a aumentar lo maravilloso.
Ya fuese medida en codos reales (la distancia entre el codo y el final de la mano extendida) o en codos vulgares (la distancia entre el codo y el puño cerrado), la altura de Goliat no impidió que David, más ofendido que asustado, pidiera permiso al rey para aceptar el reto, aduciendo que, como pastor, estaba acostumbrado a luchar contra los leones y los osos que amenazaban su ganado. Esto, aunque pueda parecerlo, no es ninguna exageración de copista porque esas fieras no eran raras en la Palestina de entonces, y menos aún en la región desértica del sudeste de Belén, donde David pastorearía su ganado. Saúl no sólo le concedió su permiso, sino que ordenó que lo vistieran con sus ropas, que le pusieran su coraza y su casco, y le entregó su espada. Pero David, falto de costumbre, no podía moverse bien con esas armas y prefirió deshacerse de ellas y enfrentarse al gigante provisto solo de su honda y su cayado. Eligió cinco chinarros de un torrente, los metió en su zurrón y avanzó hacia el filisteo. Apenas tuvo Goliat tiempo de proferir una burla y una amenaza cuando una piedra certeramente lanzada con la honda se clavó en su frente y le hizo caer desplomado. Rápidamente David se acercó al cuerpo caído, sacó la espada del gigante de su vaina y le cortó la cabeza.
Completada la hazaña, muerto el gigante, el heroico David, se complace en su triunfo, con la mirada baja, reposada y perdida tras el esfuerzo, el enfrentamiento y la victoria. Así lo representa Donatello.
El David fundido en bronce por obra y gracia del genio artístico y del atrevimiento innovador de Donato di Niccolò di Betto Bardi, Donatello (Florencia 1386 – ibidem, 13 de diciembre de 1466), uno de los padres del Renacimiento, se corresponde bien con la imagen que, según el relato bíblico, hizo que el gigante Goliat menospreciara fatalmente a su contrincante por ser “muy joven, blondo y de bello rostro” (1 Samuel 17: 42). Representa la figura grácil de un adolescente de un metro y cincuenta y ocho centímetros de altura, de formas suaves y de una redondez casi femenina, que muestra su cuerpo desnudo, con su pierna izquierda apoyada sobre la cabeza cortada del gigante derrotado, componiendo un delicado y armonioso contrapposto con el movimiento de los brazos, el sensual y ligero desplazamiento de las caderas y el leve giro de la cabeza.
Con su David de bronce, realizado alrededor de 1440 por encargo de Cosme de Medici, Donatello llevó a cabo una doble y revolucionaria innovación artística: por una parte, esculpió la primera estatua que mostraba un desnudo desde la Antigüedad clásica; y, por otra, prescindió del marco arquitectónico para situarla. El resultado fue una magnífica escultura exenta o de bulto redondo, cuya ejecución permitió a su autor profundizar en el estudio anatómico y en la exaltación del cuerpo humano -dos constantes del arte escultórico renacentista, que seguiría su estela-, y sobre la que Giorgio Vasari llegó a decir que era una figura tan natural y de una belleza tal que costaba creer que no hubiera sido moldeada sobre un modelo viviente.
Aunque la escultura de Donatello reproduce un pasaje bíblico, su significado trasciende lo religioso e incorpora aspectos sociales, políticos e incluso mitológicos. David representa el auge del individualismo renacentista y el triunfo de la inteligencia sobre la fuerza; pero también, tocado con el sombrero de paja de los pastores de la Toscana, sobre el que reposa una corona de hojas de amaranto, símbolo de la inmortalidad y evocadora de los héroes griegos, se convierte en la representación de la joven Florencia triunfante sobre la poderosa Milán, un gigante militar de la época encarnado por Goliat, en cuya espada con forma de cruz, símbolo asociado a Milán, puede leerse la siguiente inscripción:
«Pro Patria fortiter dimicantibus etiam adversus terribilissimos hostes di i praestant auxilium» (A los que valientemente lucharon por la madre patria, los dioses darán su ayuda incluso ante los más terribles enemigos).
El David de Donatello permaneció en el centro del patio del Pallazo Medici hasta 1495, cuando, tras la expulsión de Piero de Medici de la ciudad, fue trasladado al Pallazo della Signoria, actual Palazzo Vecchio. Hoy puede admirarse su trastornadora y andrógina belleza en el Museo Nazionale del Bargello, impresionante edificio medieval que, tras ser la sede del consistorio de Florencia, fue utilizado como prisión -de ahí su nombre, pues en la Edad Media comenzó a usarse el término bargello para designar al oficial a cargo de los servicios policiales, extendiéndose luego su significado al edificio en el que residía y en el que se encerraba a los detenidos y, si era el caso, se los ejecutaba- y es, en la actualidad, un museo que acoge una de las colecciones más importantes de escultura renacentista.
Leonisa Malatesta, agosto de 2021