Tres obras maestras de la historia del arte, tres imágenes que retratan tres momentos diferentes de la ejecución de una misma hazaña, tres cuerpos diferentes, tres actitudes diferentes, tres expresiones diferentes, tres Davides diferentes: el de la mirada perdida y reposada tras la victoria sobre el gigante, de Donatello; el de la mirada concentrada en medir al adversario y calcular el ataque, de Miguel Ángel; el de la mirada del cálculo ya hecho y del inicio de la acción, de Bernini.
Es el menos conocido y el más sorprendente de los tres. Es la anatomía en acción, el movimiento, la emoción y el dinamismo: es el Barroco y es el David de Bernini.
Nacido del genio polifacético de Gian Lorenzo Bernini (Nápoles, 1598 – Roma, 1680), la figura, de un metro y setenta centímetros de altura, esculpida en mármol entre los años 1623 y 1624 por encargo del cardenal y mecenas romano Scipione Borghese, representa a David en el momento preciso en el que está estirando la honda para lanzar la piedra con la que derribará a Goliat, en el momento de la máxima tensión física y emocional, del máximo esfuerzo.
Bernini busca sorprender con su creación y lo consigue, produciendo unas formas que reflejan magistralmente el acto en desarrollo, la potencia, el movimiento, de manera que la escultura parece capaz de completar la acción y concluirla con el lanzamiento de la piedra ante los atónitos ojos de quienes la contemplan.
Mientras que el David de Donatello, primero, y de el Miguel Ángel, después, son figuras idealizadas que reflejan la quietud, el estatismo y la serenidad de la escultura renacentista, el David de Bernini rezuma la emoción y el dinamismo propios del Barroco, y un realismo acentuado, dramático y perturbador, que conmueve a quien lo mira.
Dibujando el característico movimiento en hélice de la escultura barroca, mediante el que el escultor busca destacar la expresividad y proyectar la imagen de energía y de fuerza, con el cuerpo en torsión, con la cara contraída en un gesto de concentración extrema, el ceño muy fruncido, la boca apretada, mordiéndose los labios, la figura representa al David más humano en plena realización del esfuerzo. Es la representación del ser humano enfrentándose a la amenaza gigantesca de la crisis de la época y también es la escenificación del combate de la Contrarreforma de la Iglesia católica contra la Reforma protestante promovida por Martín Lutero.
El David de Bernini está lejos de la idealización de los Davides de Donatello y Miguel Ángel, del adolescente de formas ambiguas y delicadas y del joven atlético de cuerpo apolíneo. En un logrado intento de mayor realismo, Bernini representa a David con el aspecto de un hombre adulto, más próximo al de un pastor, con un zurrón atravesado en su pecho y semidesnudo, de manera que el artista consigue exhibir su dominio del conocimiento anatómico y su virtuosismo sin atentar contra las reglas del puritanismo de la época de la Contrarreforma.
Aunque, con un sentido pictórico de la escultura, su autor concibió esta obra para ser colocada contra una pared -motivo por el que la parte trasera, cubierta por los pliegues poco elaborados de un manto, dista del acabado de la frontal-, en la actualidad el David de Bernini está ubicado, con todos los honores y para su total contemplación, en el centro de una de las salas de la Galleria Borghese, en Roma, donde sigue suscitando la admiración y el asombro de quienes se topan de frente con la la figura amenazante y diferente del pastor.
Leonisa Malatesta, agosto de 2021