Hace un siglo y medio no todo el mundo podía permitirse una buena fotografía de estudio. A veces, la muerte llegaba antes de haber tenido ocasión de posar ante el fotógrafo para dejar un recuerdo eterno a los allegados. ¿Podríamos usar la ciencia para recuperar el tiempo perdido? Sólo unos segundos manteniendo el cadáver con los ojos abiertos en las condiciones adecuadas permitirían entregar a la familia un imborrable recuerdo del ser querido.
Esta es la segunda y última parte del artículo dedicado a la historia de la fascinante tecnología que se desarrolló discretamente en torno a la fotografía de estudio post-mortem en la segunda mitad del siglo XIX.
En la primera entrega de esta pequeña aportación, que te recomendamos vivamente si aún no la has leído, nos sumergimos en el universo de la industria creada alrededor de la necesidad de conservar imágenes vitales de los seres queridos fallecidos. Conocimos los elementos más curiosos de la tecnología desarrollada para la que se llamó en círculos profesionales fotografía «simile-viventem»: los trucajes, el maquillaje de los cadáveres, las ingeniosas máquinas para sostener los cuerpos en una postura verosímil… Ahora nos ocuparemos de las sofisticadas técnicas de retoque artesanal que, una vez revelada la fotografía, convertían la evidente imagen de un cadáver en la estampa más o menos verosímil de una persona viva. El resultado: a veces sorprendente: ojos abiertos, rubor a las mejillas, incluso tonos de color en la ropa.
La realidad no siempre es lo que hacemos que parezca
No, no vamos a hablarte de retoque fotográfico. Si te ha resultado entretenido lo que hasta ahora te hemos contado, como diletantes hemos alcanzado nuestro objetivo. Pero si además piensas que este artículo te ha aproximado como ningún otro a la fascinante historia de la fotografía post-mortem durante el siglo XIX…, entonces necesitamos tu atención unos minutitos más. Ahora vamos a pedirte que reflexiones sobre sobre hasta qué punto es posible manipular a las personas presentando como realidad lo que no es sino una falsedad manifiesta, haciendo un uso ventajista de su falta de información.
La primera parte de «La increíble industria de las fotos post-mortem» es un artículo-ficción que trata de otorgar verosimilitud a una realidad ilusoria; una broma inspirada en los mockumentary y tantos otros bulos (hoax les llaman los que están a la última) que pululan por ahí. Nada hace pensar que ni una sola de las fotos que hemos mostrado en él corresponde a personas fallecidas. El simple retoque fotográfico nos ha permitido plantear como máquinas para manipular los cadáveres un antiguo grabado y dos prótesis de época para personas sin movilidad en las piernas. Es atractivo creer que hubo antepasados que vivieron en una sociedad romántica, quizás macabra, tan aferrada a la frontera entre la vida y la muerte que se extendió la obsesión de hacer pasar a los muertos por vivos antes de que sus cuerpos se corrompieran definitivamente. Pero la realidad es mucho más simple.
Si estás entre las personas que no se han dado cuenta de la chufla, no te inquietes: la razón por la que hoy día es fácil caer en la trampa que propone nuestro artículo-ficción no es porque te falte inteligencia, es porque te faltaba información. Tenemos asumido que una toma fotográfica es algo instantáneo porque todas las cámaras que hemos utilizado en nuestra vida han funcionado a golpe de “click”, y no tenemos en mente que la aventura de capturar imágenes ha sido a lo largo de la historia mucho más larga y compleja. Si quieres, te lo explicamos mejor.
El gran problema del tiempo de exposición
El gran problema de la fotografía de retrato, sobre todo en las décadas de 1850 y 1860, era el tiempo de exposición. Obtener un buen retrato requería un ceremonial complejo y a menudo, visitar al fotógrafo no resultaba mucho más agradable que visitar al dentista. Nos permitimos reproducir este comentario, procedente de un observador de la época, según relata la página web de la Universidad de Cornell dedicada a los inicios de la fotografía americana: “El resplandor, la desnudez, las pantallas, los instrumentos de tortura de hierro, y un olor como a droga y a producto químico… el estudio de un fotógrafo es siempre algo entre un almacén, una sala de descanso y un laboratorio”.
Una vez el fotógrafo descubría el objetivo, el sujeto tenía que permanecer completamente inmóvil, dependiendo de las condiciones de luz, entre veinte y sesenta segundos. Si alguna parte de su cuerpo, sobre todo el rostro y la mirada, se desplazaban mínimamente, en el mejor de los casos significaba tener que desechar el material, volver a cargar la cámara y repetir la toma. Pero a veces el problema no se detectaba hasta que se revelaba la fotografía, dando como resultado una imagen turbia y desdibujada que obligaba a reservar una nueva cita en el estudio del fotógrafo.
La «inconfundible» apariencia de un cadáver
Desde nuestro actual punto de vista, los retratos de la segunda mitad del XIX pueden mostrar un aspecto inquietante: aparecen sin ninguna expresión facial, sin tensión en los músculos, a veces incluso como mirando al vacío. Pero esto es, ni más ni menos, la consecuencia de la necesidad de mantener una inmovilidad absoluta durante un largo rato: el propio fotógrafo instruía a su cliente para que, una vez escogida la postura, relajara todos los músculos, incluidos los de la cara, y mirara a un punto fijo, que en las fotos de plano más corto no solía ser precisamente el objetivo de la cámara.
Pero el problema no era sólo el movimiento de la cabeza, sino algo mucho más sutil. Incluso aunque el modelo no hiciera ni el más mínimo movimiento muscular perceptible, si movía los ojos desplazando la mirada de un lugar a otro, el iris y la pupila aparecían difuminados en la fotografía, aparentando un aspecto vidrioso o incluso mostrando unos fantasmales ojos en blanco. Claro, en la mayoría de las ocasiones la foto se repetiría y no llegaría hasta nosotros la pifia, pero alguna sí se conservó.
El resultado de estas experiencias eran tomas fotográficas con áreas difusas, que personas sin conocimiento en la materia o interesadas en difundir el mito identifican hoy día como “indudables” ejemplares post-mortem.
Por suerte, se conservan imágenes verdaderamente divertidas que no acabaron siendo destruídas. Imagina, por ejemplo, el problema cuando se trataba de mantener inmóviles a bebés o niños pequeños ¿Serías tú capaz de controlar los movimientos de un peque durante más de medio minuto? Para la foto que mostramos a continuación, probablemente, posaron dos bebés o puede que incluso sólo uno muy inquieto. Observa cómo la señora tuvo que luchar con el movimiento de las criaturas, acomodándolas como podía en su regazo y sin mover un músculo de la cara. La foto siguiente es la que hemos utilizado para ilustrar el encabezado de esta entrega (no sin antes agregarle algunos retoques digitales en una segunda y fantasiosa versión, un tanto burda). Por supuesto, hay quien ha aprovechado para encontrar en estas fotografías movidas un «fenómeno fantasmal»: el inefable bebé de dos cuerpos y tres cabezas o la increíble dama sin ojos.
Como norma general, cuando en una foto antigua la imagen aparece fantasmal y desdibujada, no está mostrando los signos de la muerte, sino todo lo contrario: movimiento reiterado durante la exposición. Es muy probable, eso sí, que en ocasiones el fotógrafo, para evitar tener que empezar desde el principio, al igual que a veces hacía retoques con tonos de color sobre la fotografía para mejorar su aspecto, tratara de «corregir» manualmente la mirada dibujando sobre los ojos, lo que mucho tiempo más tarde ha alimentado durante generaciones la ilusión de que esos ojos dibujados esconden los ojos de un cadáver.
La verdad sobre los «head rest» y otras máquinas para inmovilizar
Es cierto que durante la segunda mitad del XIX se diseñaron numerosos modelos de aparatos de inmovilización, pero nunca tuvieron por objeto mantener erguido un cadáver simulando que se sostenía por su propio pie, sino garantizar que el sujeto siguiera vivito y no coleando. Con ellos se evitaba el temido «head swaying» (balanceo de la cabeza) durante los largos periodos de exposición. Esto no tiene ningún misterio: se conservan los catálogos, modelos y algunos ejemplares de la amplia oferta de máquinas que los fotógrafos podían adquirir para su estudio, y hoy día se pueden contemplar en muchos museos y colecciones particulares.
El dispositivo más extendido y utilizado era el “head rest” (reposa-cabezas, destinado a inmovilizar la cabeza mediante la sujeción con una abrazadera de metal a ambos lados de la nuca) y el “head and body rest” (que incorporaba un brazo para apoyar la espalda). Entre otras muchas publicaciones, están ilustrados en un encantador libro de 1878 de un tal A. Liébert, llamado “La fotografía en América; tratado completo de fotografía práctica…”, que podéis encontrar en facsimil digital en la Biblioteca Nacional de Francia.
Algunos modelos de estas máquinas todavía eran populares y se anunciaban en las revistas del ramo, en las primeras décadas del siglo XX, como el Aristo Head Rest de Kodak, el Globe Head Rest fabricado por Harrington (ambos de la primera década del siglo XX) y el algo más tardío Kodak Century Head Rest.
Echemos un vistazo a otros dispositivos que se diseñaron siempre con el mismo propósito: inmovilizar al modelo de la foto: las mesas de pose, las sillas con «sujeta-nucas» incorporado o el divertido «eye rest».
El «eye rest», que podemos traducir como «fija-miradas» era, en realidad, una simple plancha o espejo con un punto en el centro al que el pobre cliente que posaba tenía que mirar fijamente, parpadeando lo menos posible, si quería obtener como resultado una mirada nítida en la fotografía. Una antigua enciclopedia de de 1909 llamada «Completa biblioteca de fotografía práctica autodidacta» descartaba el uso de este aparato y hacía una encendida defensa de la cara del fotógrafo como el mejor «eye rest» posible:
«El mejor eye rest es el rostro del fotógrafo. Un fotógrafo inteligente puede cambiar la expresión de su cliente instantáneamente pidiéndole que le mire. Puede guiar mejor sus ojos a la altura y ángulo adecuados levantándose o agachándose. Puede también hacer que disponga su rostro en cualquier ángulo que desee, simplemente moviéndose más o menos en una dirección u otra (…). Es recomendable hablar con el sujeto continuamente mientras se prepara para la exposición.»
Más inquietante es la incómoda «mugshot chair», o «silla de ficha policial», utilizada para que los presos permanecieran inmóviles mientras le hacían la foto para la ficha en la Inglaterra victoriana. En 1870 la nueva Ley de Prevención de Delitos obligaba a que los delincuentes fuesen fotografiados, para lo cual se dotó de este invento a todas las prisiones. Se trataba de sentar al detenido con la espalda recta, el culete bien incrustado sobre el relieve que se observa atravesando el asiento, las piernas juntas y la nuca alineada con el dispositivo posterior, para asegurar una posición precisa y una toma nítida de la manera más rápida sin necesidad de mover la cámara. Pero esa es otra historia.
Cachondeo fino entre el siglo XIX y el XX
A los humoristas no les pasaba desapercibido el interés desmedido de los fotógrafos por lograr la inmovilidad durante la exposición, y la tortura que significaba para la persona que ingenuamente se ponía en sus manos con la esperanza de obtener la mejor imagen posible de sí mismo. El tema era objeto de mofa a menudo en las revistas europeas, como podemos ver en estas deliciosas caricaturas inglesas y francesas, que hemos seleccionado procedentes de revistas de finales del XIX y principios del XX, y en la fotografía de Marsh Brothers.
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El fin de una época
Aunque el flash como método de iluminación en fotografía es una idea nacida tiempo antes, estaba poco extendida porque originalmente no se conocía otra cosa que la explosión de pólvora (literalmente), y peligraba la vida del artista. Fue en 1887 cuando dos señores alemanes con apellidos difíciles de articular para nosotros lograron crear una fórmula química más estable que los fotógrafos podían utilizar en los flashes sin riesgo para su propia integridad física. Cuando se popularizó el invento, se redujo dramáticamente el tiempo necesario para tomar la fotografía. Los largos periodos de exposición ante la cámara estaban abocados a desaparecer, y con ellos los problemas derivados y la maquinaria que se requería. Por este motivo, no encontrarás muchas fotografías falsamente catalogadas como post mortem entre las tomadas a partir de la última década del siglo XIX.
Falsas fotos post-mortem a la venta: de la diversión a la estafa
Si tienes interés en leer más sobre esto y no te importa que esté en inglés, la web está plagada de páginas que se ocupan de la fotografía en época victoriana, y dedican mucho tiempo y esfuerzo a desmontar el mito de las falsas fotos post-mortem, algunas de ellas con dedicación exclusiva a esta materia. Citaremos tres de ellas a modo de ejemplo:
Myth of the Standing Postmortem Photo
Myths of Victorian Post-Mortem Photography
Clearing Up Some Myths About Victorian ‘Post-Mortem’ Photographs
Conste que, en nuestro papel de diletantes voraces, no somos defensores de la verdad a toda costa. Una vez tienes acceso a la verdad, si nadie resulta perjudicado y te deleita más mantenerte en el error, siempre vas a encontrarnos a favor de tu deleite. Pero esta visión amable de la vida no alcanza a esas personas que pretenden hacer caja con la ignorancia de otros, y eso es algo que a fecha de hoy sigue ocurriendo en muchos países, entre ellos España.
En la fecha de elaboración de este artículo hay plataformas como eBay que siguen acogiendo a vendedores de supuestas fotografías post-mortem, que no son sino simples fotografías de personas posando con el auxilio de un reposacabezas similar a cualquiera de los que ilustran nuestro pequeño artículo. Si te gusta este tipo de fotografías de época, puedes adquirirlas a vendedores mejor informados o menos desaprensivos, a un precio entre cinco y veinte veces menor.
Entonces, ¿no existen las fotos post-mortem?
Por supuesto, sí que existen. Fotografiar cadáveres es, probablemente, algo tan antiguo como la propia fotografía. Lo que no es real es la manía histórica de preparar el escenario de la fotografía con intención de presentar a personas fallecidas como si estuvieran posando vivas, en actitudes vitales. Durante gran parte del siglo XIX las fotos post-mortem, tomadas normalmente con el familiar sobre la cama con los ojos cerrados, fueron el último recuerdo que dejaron a sus familiares personas que quizás abandonaron esta vida sin haber tenido oportunidad de posar en un estudio fotográfico, y han llegado hasta nosotros como mudos testigos de un tiempo en que la muerte era un gran misterio en el que pensar, y no una realidad de la que huir.
De la Colección Malatesta desempolvamos estas dos fotografías auténticas y sin retoques actuales realizadas por Jean Inizan, un fotógrafo de estudio que tenía su taller en la ciudad francesa de Brest entre 1890 y 1918. Las reproducimos, con respeto a quien fue un día su protagonista, para ilustrar la diferencia en la imagen y rasgos de la misma persona, fotografiada antes y después de su muerte: en vida, de medio cuerpo, con expresión serena y relajada y luciendo alguno de sus mejores vestidos; una vez fallecida, tumbada probablemente sobre la cama o a punto de ser amortajada, con los ojos cerrados y la expresión propia de un cadáver. Esta es la realidad de la fotografía post-mortem del siglo XIX.
Lorenzo Malatesta, agosto de 2021