De la persona ligera y de poco juicio se dice que es una cabeza de chorlito; de aquella que es metódica y demasiado obstinada se dice que es una cabeza cuadrada; de la que es juiciosa se dice que tiene la cabeza bien amueblada, y de la que es ilusa o atolondrada se dice que tiene la cabeza a pájaros. Pero, ¿qué significa tener la cabeza a peces? ¿Y tener la cabeza llena de hortalizas? ¿Y ser una cabeza de flores? ¿Y ser un cabeza libro? Tendríamos que habérselo preguntado a Arcimboldo, pero ya es un poco tarde para hacerlo teniendo en cuenta que hace más de cuatro siglos que murió, aunque siempre podemos elucubrar, sin dejar de asombrarnos, contemplando las imágenes de sus personalísimas cabezas compuestas.
Son la marca distintiva de este originalísimo artista manierista considerado en su época un pintor raro, un creador de obras curiosas, pero sin gran mérito (aunque, eso sí, muy apreciadas por la nobleza del momento), que ha pasado a formar parte de la historia del arte por sus fascinantes composiciones pictóricas hechas con representaciones de elementos de la naturaleza o de objetos cotidianos de las que resultan sorprendentes cabezas de reconocible apariencia humana. Son las cabezas compuestas de Arcimboldo.
Giuseppe Arcimboldi (Milán, 1526-1593) comenzó trabajando como dibujante de cartones para las vidrieras de la catedral de Milán, aprendiendo el oficio de su padre, y, aunque trabajó para otras catedrales e iglesias, también como pintor de frescos y creador de tapices, el camino de su fama empezó a hacerse firme cuando, en 1562, se trasladó a Viena, a la corte imperial de los Habsburgo para trabajar como retratista. Fue allí donde, primero al servicio de Fernando I, luego de Maximiliano II y finalmente de Rodolfo II, además de trabajar como diseñador de sorprendentes espectáculos, actos y desfiles desbordantes de imaginación, realizó sus extravagantes y únicas cabezas compuestas, iniciando su rara andadura artística con la primera serie de Las Estaciones.
Las Estaciones y Los Elementos
Fue el día de Año Nuevo de 1569 cuando Arcimboldo presentó al emperador Maximiliano II de Habsburgo la serie de los cuatro cuadros que componen Las Estaciones, realizada en 1563, junto con los otros cuatro que integran la serie de Los Elementos, realizada en 1566. La presentación se completó con el poema del humanista Giambattista Fonteo, amigo del pintor, cuyos versos reforzaban el sentido alegórico de la obra mediante los diálogos sostenidos entre Estaciones y Elementos: La Primavera con el Aire, El Verano con el Fuego, El Otoño con La Tierra y El Invierno con El Agua.
En La Primavera, Arcimboldo combina numerosas especies de flores y plantas originarias de Europa, de Asia y de América, que, ejecutadas con una meticulosidad y una precisión propias de un naturalista, componen el rostro alegre y saludable de un joven en la flor de la vida. La pintura detallada de los elementos botánicos que componen el conjunto evidencian el interés del artista, acorde con su tiempo, por el acercamiento científico a la naturaleza. El Verano, vestido con un jubón de trigo, está representado con la cabeza compuesta por los frutos propios de la estación, entre los que Arcimboldo, como oreja, incluye una mazorca de maíz, un vegetal procedente del Nuevo Mundo, que evidencia el interés del pintor por las novedades y los descubrimientos de la época. El Otoño, con una castaña por boca y un higo colgando de su oreja, luce una abundante cabellera formada por apretados racimos de uvas y su vestidura simula el tonel en el que se recogerá el zumo de la fruta en la vendimia. El Invierno tiene el rostro enérgico y seco de un anciano creado sobre la rugosa corteza de un árbol: una hendidura se convierte en ojo, los sombreros de dos setas, dispuestos a modo de labios, forman la boca y unas cuantas hojas de hiedra se transforman en el escaso cabello.
De la misma manera que en Las Estaciones, Arcimboldo compone cada una de las cuatro cabezas de Los Elementos con lo que considera más representativo de cada uno de ellos. Así, la cabeza de El Aire está compuesta por animales voladores, la de La Tierra por animales terrestres y la de El Agua por animales acuáticos. Apartándose del patrón zoológico, la cabeza de El Fuego la componen elementos inanimados relacionados con el tema: unos perdernales se transforman en nariz y en oreja, una vela encendida, que ocupa el lugar del músculo esternocleidomastoideo, prende las llamas de una hoguera que se convierte en una cabellera alborotada, dos cañones sirven para formar la parte inferior del busto. ¡Y la ilusión está servida!
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El Aire -
El Fuego -
La Tierra -
El Agua
Pero a Arcimboldo no le bastaba con suscitar el asombro, sino que, además, estaba muy interesado en que sus pinturas fueran correctamente interpretadas, para lo que era necesario disponerlas de una manera determinada. Con esa intención llegó a realizar anotaciones en algunos de sus cuadros indicando cómo debían colocarse. Así, por ejemplo, en el reverso de una de las versiones de La Primavera, escribió: “La Primavera va accompagnata con L’Aria, che è una testa di ucelli” (“La Primavera va acompañada de El Aire, que es una cabeza de pájaros”)
Las cabezas de estas dos series están pintadas de perfil, de manera que, combinando las figuras de Las Estaciones con las de Los Elementos, siguiendo siempre las indicaciones del autor, se componen cuatro parejas enfrentadas dispuestas a entablar su alegórico diálogo: La Primavera con El Aire, El Verano con El Fuego, El Otoño con La Tierra y El Invierno con El Agua.
Arcimboldo realizó, al menos, cuatro versiones de cada una de estas dos series, que fueron muy valoradas por la nobleza de su tiempo y que el emperador Maximiliano II encargó al pintor para obsequiar, entre otros, a su pariente español, el rey Felipe II. Las series siempre se enviaban juntas y con indicaciones sobre cómo debían colocarse los cuadros. En la actualidad solo se conserva la serie completa de Las Estaciones con la que Maximiliano II agasajó a Augusto de Sajonia. Se encuentra en el Museo del Louvre y se distingue por el encuadramiento floral de las figuras. De la serie original solo se conservan El Verano y El Invierno, expuestos en el el Museo de Historia del Arte de Viena. En España, la Real Academia de San Fernando de Madrid custodia el único cuadro que pervive de la serie que perteneció a Felipe II: La Primavera. De la serie original de los cuatro elementos (1566) solo se conservan El Fuego y El Agua, en el Museo de Historia del Arte de Viena. De El Aire solo se conservan copias.
Los retratos de oficios
Además de las series, Arcimboldo realizó retratos alegóricos de oficios siguiendo la misma técnica de composición de las figuras con elementos relacionados con las profesiones representadas.
En El jurista el pintor utiliza los cuerpos de dos aves desplumadas para componer el rostro, de expresión severa y poco agradable, de un profesional del derecho. Un pez completa el conjunto de la cara prestándole su boca al personaje y figurando la barba con su cola. El cuerpo está formado por documentos y legajos bajo los ropajes.
El jurista El bodeguero El bibliotecario
El bodeguero, hecho de toneles, jarras y otros recipientes y utensilios propios de la profesión, tiene el aspecto bonachón, natural y cálido (reforzado por los materiales de los objetos que lo componen, el barro y la madera) de quien ejerce el buen trato con la gente a la que atiende en su negocio de vinos.
El bibliotecario, considerada por muchos la más original de las obras de Arcimboldo, con una estética más propia de las vanguardias artísticas del siglo XX que de finales del Renacimiento, está compuesto con libros y con objetos relacionados con ellos: la barba está formada por las colas de animales que se utilizaban en la época para limpiarles el polvo y los dedos de la mano son cintas marcapáginas. Y para acentuar la distinción del personaje, el pintor cubre parcialmente la figura con una capa que crea con la cortina del fondo.
Los retratos reversibles
El ilusionista Arcimboldo juega con los sentidos, los confude y produce ilusiones ópticas que aún hoy día siguen causando asombro. Mucho mayor debió de ser, sin duda, el de los afortunados nobles de la época que fueron testigos de los prodigios: un asado que se convierte en un cocinero, un cesto de frutas que se transforma en una cara mofletuda y sonriente, un cuenco de hortalizas que se metamorfosea en un hortelano. ¿Y cómo? Simplemente girando las pinturas de las naturalezas muertas 180 grados: poniendo los cuadros boca abajo.
El asado El cocinero
Cesto de frutas Retrato con cesto de frutas
Cuenco de hortalizas El hortelano
Es así como, prodigiosamente, lo inanimado cobra vida, aunque asumiendo una apariencia grotesca, casi monstruosa. De hecho, las cabezas compuestas de Arcimboldo se consideran herederas de las cabezas grotescas de Leonardo da Vinci, dibujos de rostros feos y deformes con los que el genio del Renacimiento profundizó en el estudio de la la fisiognomía, el estudio del carácter de una persona a través de su aspecto físico. Según se cuenta, para dibujar sus visi mostruosi (caras monstruosas), Leonardo, fascinado por las formas extrañas de rostros y cabezas, partía de esbozos realizados a partir de personas reales, a las que a veces seguía por la calle para memorizar sus facciones, que luego exageraba y distorsionaba acercándose incluso a lo animalesco.
Vertumno
La más famosa de las cabezas compuestas de Arcimboldo es, sin duda, el Retrato de Rodolfo II en traje de Vertumno, realizado en Milán entre 1590 y 1591, hacia el final de la vida del pintor, apenas cuatro años después de que, finalmente, consiguiera el permiso del emperador para abandonar la corte de Praga y regresar a su ciudad natal, donde quería morir, con el compromiso, eso sí, de seguir pintando para el soberano.
Arcimboldo glorifica a Rodolfo II representándolo bajo la apariencia fantástica de Vertumno, el dios romano del cambio de las estaciones, encargado de asegurar la continuidad de los ciclos de la naturaleza y de la vida, que tenía el poder de adoptar cualquier forma, por lo que se le consideraba también el dios de la variabilidad de los sentimientos humanos.
El pintor concibió esta obra para que formara pareja con Flora (cuadro que ya había pintado y enviado al emperador desde Milán en 1589), diosa de las flores, de los jardines y de la primavera, en cuyo honor se celebraba anualmente, en la Antigua Roma, la Floralia, fiesta que simbolizaba la renovación del ciclo de la vida. Verse representado de esa manera, con la exuberancia de la naturaleza concentrada en la figura de un dios, compuesta por hortalizas, frutas, flores y cereales, complació enormemente al extravagante Rodolfo, que, como reconocimiento por sus servicios, ya había concedido al pintor, en 1580, el título de conde palatino y una pensión vitalicia.
Una de las tareas encomendadas a Arcimboldo en la corte de Praga fue la de conseguir nuevas adquisiciones para el gabinete de curiosidades del emperador. Los gabinetes de curiosidades, antecedentes de los museos surgidos en el Renacimiento, eran espacios de las residencias de los nobles y burgueses dedicados a hacer colección y a exponer objetos raros o de gran valor relacionados con el arte y con la ciencia. El de Rodolfo II fue uno de los mejores. Incluía un magnífico jardín, animales vivos y disecados procedentes de todo el mundo, especímenes exóticos, minerales, autómatas, momias y un sinfín de objetos raros con los que el emperador pretendía comprender mejor el mundo.
En plena Era de los Descubrimientos, en el corazón de una Europa fascinada por las rarezas que no dejaban de llegar desde los nuevos territorios descubiertos, la conjunción de la excentricidad del emperador y de su obsesión por lo insólito con la capacidad imaginativa y la fantasía del pintor hizo posible que se materializaran en los lienzos las magníficas cabezas compuestas de Arcimboldo.
Se ha especulado mucho acerca del origen y del significado de estas pinturas. Hay quien, optando por la explicación más simple, las ve como un original divertimento, un capricho, y hay quien, derivando hacia lo más complicado, las considera una representación simbólica de teorías filosóficas En cualquier caso, lo que parece incontestable es que en el origen de estos insólitos cuadros, además de la desbordante imaginación y del virtuosismo de su autor para la pintura de naturalezas muertas, está también su falta de talento para la realización de retratos áulicos, precisamente aquello para lo que fue llamado a la corte de Viena. Aunque no se conserva ninguno, según parece, los retratos palaciegos de Arcimboldo carecían de mérito, y eso hizo que decidiera abandonar la práctica de ese tipo de pintura y que, buscando un camino más personal para encauzar su innegable talento, encontrara finalmente su manera insólita e inconfundible de pintar, su estilo propio y único, que, además de hacerlo rico y famoso en su tiempo, han incluido su nombre y su obra en el relato de la historia del arte.
Pero no siempre fue así. La fama de la que gozó en vida desapareció con su muerte y Arcimboldo, considerado un pintor menor dotado de extrañas habilidades, un perturbado, fue olvidado. Hubo que esperar algo más de tres siglos, hasta la década de los treinta del siglo XX, para que su memoria fuera recuperada y su arte redescubierto. Y fue gracias al primer director del MoMA, el Museo de Arte Moderno de Nueva York, Alfred H. Barr, quien lo señaló como precursor de las vanguardias artísticas en la exposición Fantastic Art, Dada, Surrealism, en 1936.
Lo cierto es que, aunque como los surrealistas, pero mucho antes, Arcimboldo pintó imágenes desconcertantes e irracionales; aunque, mucho antes que ellos, creó en sus lienzos ilusiones ópticas, extraños seres hechos de frutas y de flores, de animales y de objetos cotidianos, lejos de hacerlo, como ellos, con la intención de fundir lo real y lo onírico y de abrir la puerta a la manifestación artística del subconsciente, él pintó sus cuadros fantásticos movido siempre por su afán de conocimiento y combinando su interés científico por la naturaleza, por lo insólito y por lo curioso con el capricho y el artificio de sus magistrales creaciones: sus fabulosas cabezas compuestas.
Leonisa Malatesta, septiembre de 2021