Tres obras maestras de la historia del arte, tres imágenes que retratan tres momentos diferentes de la ejecución de una misma hazaña, tres cuerpos diferentes, tres actitudes diferentes, tres expresiones diferentes, tres Davides diferentes: el de la mirada perdida y reposada tras la victoria sobre el gigante, de Donatello; el de la mirada concentrada en medir al adversario y calcular el ataque, de Miguel Ángel; el de la mirada del cálculo ya hecho y del inicio de la acción, de Bernini.
Algo más de medio siglo después de que Donatello terminara su David, en 1504, también en Florencia, también desnudo, en contrapostto y de bulto redondo, para que su perfección anatómica pudiera ser admirada desde cualquier punto de vista, se mostró a una ciudad expectante, colosal, con una altura de algo más de cinco metros y un peso superior a las cinco toneladas, el más famoso de los Davides que en el mundo han sido: el David de Miguel Ángel.
Nació de la afortunada unión entre el genio de Michelangelo di Lodovico Buonarroti Simoni (Caprese, 6 de marzo de 1475 – Roma, 18 de febrero de 1564) y un rebelde y difícil bloque de mármol de Carrara, al que, por sus dimensiones, llamaban en la época “el gigante”.
Trasladado a Florencia en barco, a través del Mediterráneo y del Arno, desde la cantera de Fantiscritti, en Carrara, «el gigante» resultó dañado por los intentos fallidos de los artistas -entre ellos, Agostino di Duccio y Antonio Rosellino- que, antes que Miguel Ángel, intentaron esculpir en él, a mediados del siglo XV, por encargo y con el sufragio del importante Gremio de Tejedores, una de las doce grandes figuras de personajes del Antiguo Testamento que debían colocarse en los contrafuertes externos del ábside de la Iglesia de Santa María del Fiore, la catedral de Florencia.
Gravemente perjudicado, “el gigante” permaneció abandonado y olvidado durante más de veinte años en las dependencias de la Opera del Duomo (algo así como la oficina de obras de la catedral), hasta que, a principios del siglo XVI, se recuperó el proyecto, barajándose para su ejecución los nombres de Andrea Sansovino, Leonardo da Vinci y Michelangelo Buonarroti.
Finalmente, Miguel Ángel, avalado por su reciente primera obra maestra, La Pietà, realizada en Roma entre 1498 y 1499, y con el compromiso de esculpir la figura “ex uno lapide” (de una sola pieza, sin ensamblar partes esculpidas separadamente) consiguió hacerse con el encargo en septiembre de 1501. Asumiendo ese arriesgado compromiso, Miguel Ángel se enfrentaba a un reto tan gigantesco como el propio bloque de mármol, pues siguiendo la técnica de esculpir en una sola pieza el margen de error se reducía a cero, de manera que un solo fallo podría estropear todo el trabajo.
Miguel Ángel pasó un tiempo observando al «gigante», convencido como estaba de que cada bloque de piedra guarda una estatua en su interior y la tarea del escultor es desnudarla de la piedra y descubrirla. Realizó bocetos, dibujos y modelos a pequeña escala en cera o en arcilla y, llegado el momento, sin haber hecho modelos de yeso a escala real, como era habitual en la época, pidió que levantaran cuatro altos muros alrededor del bloque para proteger su trabajo de las miradas de los curiosos y emprendió el camino que le marcaban las fracturas y las tallas fallidas en el mármol para llegar hasta David, liberarlo de ese “gigante” que lo tenía preso y prepararlo para combatir al otro. Porque, a diferencia del de Donatello, el David de Miguel Ángel, con el cuerpo musculoso y fuerte de un atleta, no representa al héroe victorioso, sino al hombre preparado para la acción, en los momentos previos al combate, con la tensión acumulada en los músculos y en la cara: el ceño fruncido, la mirada penetrante y concentrada, las aletas de la nariz dilatadas, en un expresivo gesto de odio y rabia contenidos, una magnífica manifestación de la terribilità, el término con el que los contemporáneos del Divino, se referían a la grandiosidad, a la potencia y a la mirada terrible de algunas de sus más famosas estatuas.
Cuando, en agosto de 1504, se mostró públicamente la estatua, los presentes experimentaron una admiración y un asombro extremos al contemplar la figura de un colosal David cuya altura superaba con creces las medidas del bíblico Goliat. Su extraordinaria apariencia determinó que la que debía ser una escultura religiosa adquiriera enseguida una significación política, y el David de Miguel Ángel se convirtió en un símbolo de la joven República de Florencia, irguiéndose desafiante frente a los Medici y a los Estados Pontificios, con su mirada amezante dirigida hacia Roma.
Aunque se ha convertido en un ideal de belleza masculina, las proporciones de la figura distan de ser perfectas: su mano derecha es exageradamente grande y la cabeza y el cuello miden más de la mitad que el tronco. No se trata de errores, sino de recursos empleados por el genio para potenciar la expresividad de una escultura que debía colocarse en lo alto de la catedral y ser vista desde el suelo. Pero, finalmente, con una significación más civil que religiosa, se decidió ubicarla en la Piazza della Signoria donde permaneció hasta 1873, cuando fue trasladada a la Gallería dell’Academia para asegurar su conservación, colocándose una réplica en su lugar.
Leonisa Malatesta, agosto de 2021