De la persona ligera y de poco juicio se dice que es una cabeza de chorlito; de aquella que es metódica y demasiado obstinada se dice que es una cabeza cuadrada; de la que es juiciosa se dice que tiene la cabeza bien amueblada, y de la que es ilusa o atolondrada se dice que tiene la cabeza a pájaros. Pero, ¿qué significa tener la cabeza a peces? ¿Y tener la cabeza llena de hortalizas? ¿Y ser una cabeza de flores? ¿Y ser un cabeza libro? Tendríamos que habérselo preguntado a Arcimboldo, pero ya es un poco tarde para hacerlo teniendo en cuenta que hace más de cuatro siglos que murió, aunque siempre podemos elucubrar, sin dejar de asombrarnos, contemplando las imágenes de sus personalísimas cabezas compuestas.
Son la marca distintiva de este originalísimo artista manierista considerado en su época un pintor raro, un creador de obras curiosas, pero sin gran mérito (aunque, eso sí, muy apreciadas por la nobleza del momento), que ha pasado a formar parte de la historia del arte por sus fascinantes composiciones pictóricas hechas con representaciones de elementos de la naturaleza o de objetos cotidianos de las que resultan sorprendentes cabezas de reconocible apariencia humana. Son las cabezas compuestas de Arcimboldo.